Pregón 1998

Pregón de la Semana Santa dicho por su pregonero.Recuerdo los días de mi infancia en las calles de mi pueblo, cuando el pregonero era un oficio real y cotidiano. No había que acudir a un acto cultural en vísperas de fiesta para oír un pregón. Al toque de corneta, llamando a los vecinos a salir a las puertas o balcones, haciendo silencio en derredor, lanzaba al aire las noticias del momento. El sonido de su corneta era conocido y el timbre de su voz, familiar. La figura del pregonero pertenecía a la vida normal del pueblo. Aquella, quizás, era otra historia, pero algunas cualidades perduran en el tiempo.

Todo era natural en el pregonero: Tanto la forma como el contenido del pregón. Pregonaba de viva voz. En directo. Sin artilugios. Sin otro mecanismo que la fuerza de sus pulmones y la capacidad de su garganta. La mercancía pregonada, sin conservantes ni colorantes. Lozana. Fresca. Con la tersura de la naturaleza viva. Ofrecía lo que era de primera necesidad, necesario por sí mismo, sin deseos despertados artificialmente. Cosas de usar cada día, no de arrinconar por inútiles. Cosas de temporada que marcaban el ritmo de la vida, dando variedad y estímulo al decurso del año.

Un pregón, pues, no es propaganda. No se trata de vender el producto como sea, de crear una necesidad inútil por ficticia, de exaltar unos valores por encima de la realidad, exagerando su importancia. Un pregón no es propaganda.

El Diccionario de la Real Academia lo define así: "Promulgación o publicación que en voz alta se hace en los sitios públicos de una cosa que conviene que todos sepan". Dejadme resaltar unas palabras de la docta y precisa Academia. Por una parte, el pregón tiene como objetivo dar a conocer, y precisamente en lugares públicos; por otra, se trata de algo que "conviene que todos sepan": a todos interesa, pues a todos concierne. Con otras palabras: el objeto de un pregón no es una cosa privada, de unos cuantos interesados en el tema a nivel personal. Va más allá del ámbito de lo privado. No se puede encerrar en las sacristías, sino que debe salir a la plaza pública. Y esto por su misma naturaleza, por sus propias cualidades. No es una concesión que dependa del humor de las personas. Y, además, por el derecho de todos a conocer lo que a todos conviene.


¡Qué alegría, qué agradecido, porque hoy puedo hablar públicamente, en voz alta, de una "cosa que conviene que todos sepan": Luego, está aquí la Semana Santa!

Repartidas por toda la geografía, encontramos semanas del calendario con "apellido" especial: Semana gastronómica, y entendemos que gira en torno a la buena mesa, al buen yantar; semana cultural, para llevar a cabo actos que amplían la formación humana. El título indica el contenido.

Hoy pregonamos la Semana Santa. Una semana cuya nota característica es su relación con lo santo. El punto de mira, la atención primordial de esta semana es lo santo. Esta es su denominación de origen. Garantía del contenido y del proceso. No admite adulteración. Ni añadidos extraños. Quien se acerca a una denominación de origen busca la seguridad de encontrar lo que se ofrece.

Necesitamos con urgencia volver al Diccionario de la Real Academia para conocer sus precisiones sobre lo santo. Leemos: "Santo. Con toda propiedad sólo se dice de Dios que lo es esencialmente". Es decir, lo santo se identifica con Dios. Sólo Dios es santo. Cualquier otra persona o cosa que lleve este nombre, para llevarlo con verdad, tendrá que estar en relación directa con Dios. En la Semana Santa, para que sea tal, Dios es imprescindible. Sin Él, será otra cosa, pero no Semana Santa. Dios es la clave de la semana que hoy empieza. Al ser merecedora de pregón, quiere decir que lo Santo, Dios, es una realidad que conviene que todos conozcan.


"A Dios nadie lo vio jamás", escribe el apóstol Juan. Y añade: "El Hijo único, que es Dios, y que está en el seno del Padre, nos lo ha dado a conocer". Pablo de Tarso escribe a los cristianos de Colosas: "Él es imagen del Dios invisible". Juan pone en boca de Jesús estas palabras dirigidas a Felipe: "El que me ve a mí, ve al Padre". Y dialogando con los fariseos dice: "Creed por las obras que hago que son iguales a las de mi Padre".Con otras palabras: ¿Dónde puedo encontrar a Dios que da nombre y sentido a la Semana Santa? Muchos dioses se han propuesto al hombre a lo largo de la historia, ¿cuál es el Dios de la Semana Santa?



- El que se hace hombre en las entrañas de María y nace en Belén en tiempos del rey Herodes; el que comienza su predicación en el año quince del emperador romano Tiberio; el que es llevado a juicio ante los sumos sacerdotes Anás y Caifás; el que fue condenado a muerte siendo Poncio Pilato gobernador de Judea; el que la historia conoce como Jesús y, por haber vivido en Nazaret, sería llamado Nazareno. Este es el Dios de la Semana Santa.Al comienzo, su presencia despertó una esperanza nueva. "Nadie había hablado nunca como aquel hombre". Las obras que realizaba eran la primavera de un mundo hasta entonces desconocido: el dedo de Dios actuaba en él, dando vista a los ciegos, palabra a los mudos y brincos de júbilo a los paralíticos. Sobre todo, anunciaba un Reino donde la fraternidad hace a todos iguales en dignidad y grandeza; donde ninguno pasa necesidad porque todo es compartido; donde nadie domina ni esclaviza a nadie porque todos son hijos del mismo Padre; donde los despreciados, los inválidos, los que no son escuchados ocupan los primeros puestos porque Dios tiene predilección por los pequeños; donde los pecadores, los publicanos y las prostitutas marchan en cabeza a la fiesta del perdón.

Reunió a muchedumbres junto a él. Pero los calculadores, los que tenían intereses que proteger, los que vivían bien, disfrutando de sus riquezas, presintieron la amenaza que suponía para ellos. Primero temblaron. Luego, reunidos en consejo, decidieron acabar con él.

Lo intentaron con la cuestión del tributo al César; con la mujer sorprendida en adulterio; con las curaciones en sábado. Era listo y no caía en la trampa. Pasaba el tiempo y aquel hombre les complicaba más y más la vida. Ya no le seguía tanta gente; sin embargo, el grupo era suficiente para crear graves problemas. La consigna fue: ¿Quién se ha creído que es? No podemos aguantar más.

Las facilidades vinieron por uno de su círculo de amigos, un grupo de Doce que no se apartaban de él. Siempre hay algún descontento, alguien que se sintió postergado aunque no se hiciera a propósito. ¿No se podía sacar más provecho a las cualidades que poseía aquel hombre excepcional?

"¿Qué me dais, si os lo entrego?". El amigo se vuelve espía. El compañero se ofrece voluntario para todo, preparando la traición. "¿Con un beso entregas al Hijo del Hombre?".

Aquella noche en el Huerto de los Olivos se desató el poder de las tinieblas. Una debilidad infinita había invadido al Maestro. Él que había pasado, sólo, noches enteras en oración, busca ahora con anhelo la compañía de los suyos. "¿No habéis podido velar una hora conmigo?". No respondieron palabra. Pero, sí lograrán librarse del sopor, se dibujaría el asombro en su rostro ante la sorpresa de que el rabí no aguantará una hora hablando con sus Padres.

Su tristeza y preocupación eran evidentes. ¿Dónde estaba el Hijo del Hombre con su proyecto de un mundo nuevo? ¿Dónde el que había venido a traer fuego a la tierra y estaba deseando que ardiera? ¿Dónde quien iba, infatigable, a la cabeza del grupo abriendo camino? No se dieron cuenta de nada, acostumbrados a dormir sin sobresaltos. Aquella historia todavía no era su historia.

De pronto, fuerte ruido, voces secas, carreras sin destino. El huerto se pobló de guardias y gente con espadas y palos. El Maestro ha sido apresado y se lo llevan indefenso. Todos le abandonan y huyen llenos de miedo. Aquel hombre estaba desconocido.

Poco antes, sentados a la mesa, alardearon de valientes. ¿No previeron inminente el peligro? "Aunque todos te abandonen, yo no te abandonaré jamás" ¡Qué pronto llegó jamás!. Estos son los mismos que habían discutido por el camino deseosos de sentarse en los primeros puestos del futuro reino. ¿Dónde están los hermanos dispuestos a beber del mismo cáliz que él bebiera? Con Jesús, pensaban, los proyectos estarían arropados por el éxito. Nunca vieron a Jesús asustarse por nada o dejar de dar la cara ante las situaciones más comprometidas. Siempre tuvo salida para todo. ¡Cuántas veces habían celebrado su victoria sobre las insidias de sus enemigos! Pero ahora, una debilidad infinita había invadido al Maestro.

Los que conducían al prisionero estaban satisfechos. Todo había resultado más fácil de lo que esperaban.

Les habían contado tantas cosas de este hombre, que en el huerto estaban un poco asustados. Ahora casi les daba pena. Pero el Galileo merecía un escarmiento.

El reo es llevado ante el sanedrín, presidido por el sumo sacerdote y compuesto por setenta y un miembros. Los poderes del sanedrín eran bastante amplios. En lo religioso, los judíos lo consideraban la autoridad suprema. En lo civil, tenían derecho a legislar y juzgar incluso los casos de pena capital. Parece que no podían ejecutarla sin la aprobación del gobernador romano, que casi siempre se limitaba a confirmar lo hecho por el sanedrín.

Desfilan falsos testigos, que no han tenido tiempo de preparar las declaraciones evitando contradecirse. Nadie aporta una acusación fundada, que merezca ser tenida en cuenta. Jesús calla. Su silencio no es el propio del asustado, sino el de quien no se defiende de lo que no vale la pena defenderse, Caifás empieza a ponerse nervioso y decide intervenir con la pregunta clave: "Te conjuro a que digas si tú eres el Mesías, el Hijo del Bendito". El sumo sacerdote desea saber de una vez si es cierto lo que le han dicho: que Jesús siendo hombre se hace Dios. Ahora sí habla Jesús y confirma: "Yo soy lo que tú has dicho". El sanedrín se hizo un clamor de protesta y reprobación. Caifás, rasgando sus vestidos, grita: "Ha blasfemado, ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Todos vosotros acabáis de oír la blasfemia. ¿Qué os parece?". Y en cumplimiento de la ley de Moisés, declaran: "Es reo de muerte".

El juicio había terminado. Llegó el momento de hacer leña del árbol caído. Y se pusieron a escupirle, llenándole de salivazos. "Escupir a alguien es en todo el mundo una señal de supremo desprecio". Martín Descalzo describe así los momentos siguientes: "Los guardias trajeron un brasero que iluminó de rojo la estancia. Y, cuando se sintieron solos con el reo, descargaron en él la cólera de la mala noche que, por su culpa, habían pasado. Ahora se reproduciría, en torno de farsa, el juicio al que habían asistido. Por turno iban poniéndose delante de él y repitiendo las preguntas y acusaciones que antes habían escuchado. Y al silencio de Jesús, respondían con bofetadas y puñetazos, que ladeaban a derecha e izquierda su cabeza. Poco a poco el juego fue gustándoles y progresivamente aumentó su violencia. De pronto a alguien se le ocurrió una idea aún más divertida: con un trapo rojo vendaron los ojos del prisionero y comenzaron a darle vueltas hasta que perdiera el sentido de la orientación, y, mientras giraba, le golpeaban diciendo: "Mesías, profetízanos quién te ha pegado". Y reían, reían, crecían los insultos, las palabras obscenas, los golpes".

"Cuando se hizo de día, llevaron atado a Jesús y se lo entregaron a Pilato, el gobernador". A Pilato no le importaban las cuestiones religiosas sino las políticas. Su interrogatorio intenta averiguar sus pretensiones de ser rey. Duda el gobernador. ¿Cómo hacer esa pregunta a un pobre hombre con aspecto tan lamentable? Con ironía hace hincapié en el "tú", es decir, una persona como tú "¿Tú eres rey?". "Yo soy lo que tú has dicho", responde Jesús con serena humildad. Y añade: "Mi reino no es de este mundo". El jefe romano está desconcertado posiblemente queriendo encontrar la verdad; pero ¿qué es la verdad?

Las indecisiones no arreglan nada, sino que precipitan todo en una cadena de despropósitos. Manda azotar al acusado, por si el duro castigo moviera a compasión a sus acusadores. Está dispuesto a liberar a quien pida el pueblo, poniendo fácil la elección. Todo sale al revés. Ni las espaldas sangrando por los surcos del látigo, ni la comparación con el homicida Barrabás arrancan un sentimiento de piedad. La plaza se ha convertido en un clamor incomprensible:

- ¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!

- ¿Qué mal ha hecho?

- ¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!

- ¿A vuestro rey voy a crucificar?

Sin capacidad de reacción gritaban más fuerte:

- ¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!

En el colmo de las más sorprendentes reacciones humanas, proclamando su falsa inocencia, se lo entrega para que lo crucifiquen. Antes los soldados romanos se divierten también a costa del reo. "Trenzaron una corona de espinas y se la pusieron en la cabeza, y una caña en su mano derecha; luego, se arrodillaban ante él y se burlaban, diciendo: ¡Salve, rey de los judíos! Le escupían, le quitaban la caña y le golpeaban con ella la cabeza".

Una debilidad infinita había invadido al Maestro.

Penoso recorrido por las calles de Jerusalén hasta llegar al Calvario. La puerta de la muralla que lo vio entrar triunfante, aclamado como el que viene en nombre del Señor, le despide ahora como maldito porque va a colgar del madero. Cicerón, unos cien años antes de Cristo, había dicho: "Atar a un ciudadano romano es una ofensa; herirle es un crimen; matarle es casi un parricidio. ¿Qué debo decir si es colgado de una cruz? No hay epíteto que pueda describir cosa tan infamante".

Echaron a tierra el palo horizontal de la cruz. Sobre él hicieron apoyar los brazos de Jesús. El experto se acercó con un clavo de 13 centímetros y un martillo. Sujetó la muñeca del reo, colocó la punta del clavo en el sitio preciso, "levantó el martillo y golpeó sin contemplaciones. Bastó un golpe para atravesar la muñeca. Un chorro de sangre caliente inundó mano, martillo y clavo. Pero el soldado sin detenerse golpeó de nuevo, otra vez más, otra. Hasta que la cabeza del clavo desapareció casi entre la sangre y la carne levantada".

"Una muerte horrible en la que se concentraban todos los dolores: al agotamiento físico de quien no había comido ni dormido desde hacía muchas horas, se había añadido la brutalidad de la flagelación, el esfuerzo para transportar el madero, la vergüenza moral y, ahora, las heridas de los clavos, el ahogo del cuerpo en tensión, la horrible sed, la pérdida de la sangre en un goteo incesante".

Levantado entre el cielo y la tierra, ante quién se vuelve el rostro, en quien no hay hermosura que atraiga las miradas, una debilidad infinita había invadido al Maestro.

A sus oídos llegaban gritos que hieren más que los clavos: "Confió en Dios, que lo libre ahora si tanto lo quiere". "Si eres Hijo de Dios, baja de la cruz". Tentación suprema, definitiva: dudar del amor del Padre, estando en este suplicio.

- Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

- ¡¿Qué dice?! ¡¿He oído bien?!

- ¡Sí!

Él que no cometió pecado, se hizo pecado, tomando sobre sí los pecados del mundo. Profundo misterio. Realidad terrible. "¡Cuál fue su horror, escribe el cardenal Newman, cuando, al mirarse, no se reconoció; cuando se sintió semejante a un impuro, a un detestable pecador, en su percepción aguda de ese montón de corrupciones que llovía sobre su cabeza y chorreaba hasta sus pies! ¡Cuál no fue su extravío cuando vio que sus ojos, sus manos, sus pies, sus labios, su corazón eran como los del maligno y no como los de Dios!". Está viviendo la soledad y abandono que inunda al pecador, la experiencia del hijo pródigo que se muere de hambre y degradación, Dios mismo se siente enemigo de Dios. Llevó sobre sí nuestros pecados con todas las consecuencias.

"¡Padre, perdónalos!". "Todo está cumplido". "¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!". "E inclinando la cabeza, expiró".

Una debilidad infinita había invadido al Maestro.

El Dios de la Semana Santa es un Dios crucificado. Cicerón dejó escrito: "Todo lo que tenga que ver con la cruz debe mantenerse lejos de los ciudadanos romanos, no sólo de sus cuerpos, sino hasta de sus pensamientos, ojos y oídos". Han pasado muchos años, han cambiado pueblos y gobernantes, grandes hombres y mujeres han conseguido insospechados avances en todos los campos de la actividad humana; pero las palabras de Cicerón expresan un sentimiento de rabiosa actualidad. Podemos parafrasear al orador romano. Todo lo que tenga que ver con la cruz debe mantenerse lejos del hombre de finales del siglo XX, ciudadano de la sociedad del bienestar. Ha de mantenerse lejos no sólo de sus personas, sino de todos los medios de comunicación y de cualquier proyecto educativo.

Pero el Dios de la Semana Santa es un Dios crucificado.

¿Cómo anunciarlo al hombre de hoy que huye veloz de todo lo que huele a sacrificio? ¿Cómo explicarlo a una cultura que fundamenta su grandeza en disfrutar sin límites; que busca seguridad en el éxito, y se siente irremediablemente perdida en la debilidad y el fracaso? Los primeros cristianos fueron conscientes del problema desde el principio. Pablo de Tarso escribe a los corintios: "Predicamos a un Cristo crucificado, que es escándalo para los judíos y locura para los paganos". Con el paso del tiempo hemos quitado escándalo y locura a la cruz. Las fabricamos de oro y plata sin las arrugas hirientes del árbol rugoso. Reducidas de tamaño, no pesan ni derriban en tierra. Y, sobre todo, le hemos arrancado el grito molesto de implicarnos en la construcción de un mundo nuevo, basado en el amor, hasta dar la vida, por los más despreciados de la tierra.

La tentación de Pedro, cuando Jesús les anuncia su muerte en cruz, se repite: Tomar aparte al Maestro y reprenderlo por semejante ocurrencia, Teresa de Jesús, con más delicadeza, le dijo: Ya sé por qué tienes tan pocos amigos.

¿Qué hay en la cruz de Cristo que, a pesar de todo, ha atraído a hombres y mujeres de toda lengua, raza y condición hasta el extremo de dar la vida por el Dios Crucificado?

Gabriel y Galán exclama ante el Cristo de Velázquez:

¡Lo amaba, lo amaba!
¡No fue sólo milagro del genio!
Y el amor, el imán de las almas
le acercó la visión del Cordero,
la visión del dulcísimo Mártir
clavado en el leño,
con su frente de Dios dolorida,
con sus ojos de Dios entreabiertos,
con sus labios de Dios amargados,
con su boca de Dios sin aliento.
¡Muerto por los hombres!,
¡por amarlos muerto!


Este es el secreto de la cruz de Cristo: el Amor. "Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo". "Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos". El amor necesita hablarse de tú a tú. Él dejó su categoría de Dios y se hizo hombre pasando por uno de tantos. nadie amó jamás como Jesús. Nadie podrá entender a Jesús si no es desde el amor.No nos hemos olvidado de la Madre. Llena de gracia comenzó el camino con la buena noticia de su maternidad por obra del Espíritu Santo. Compartió el gozo con su prima Isabel unos tres meses. Vio crecer a Jesús como un chico espabilado, servicial y amigo de todos. Simeón anunció una espada para su alma. Cuando su Hijo predicaba el Reino, oía alabanzas y también comentarios inquietantes. Las autoridades no estaban contentas con su forma de actuar. Ella seguía guardando todo en el corazón y lo meditaba. Los sobresaltos aumentaban de día en día. Aquella noche conoció la detención de su Hijo. El torrente de dolor se desbordó sobre ella. Dolorosa, virgen de los Dolores, desde entonces. De pié, junto a la cruz, estaba su Madre, hasta el último suspiro del Hijo. Madre de la Piedad, abraza su cadáver. "Vosotros que pasáis por el camino, mirad si hay dolor como mi dolor".

Impresionados por los acontecimientos, los discípulos del Nazareno se han escondido. Se desvaneció la esperanza despertada por Jesús. Una oscura incertidumbre altera su ánimo. Su cabeza gira vertiginosa. Están sin estar, perdida la mirada sin saber dónde.

Ha pasado el gran sábado judío. El aire fresco del amanecer trae perfume de acacia florecida. Corren unas mujeres con cara alegre y traviesa, como escondiendo un secreto. Golpes nerviosos, rápidos, en la puerta de la casa.

- ¡Abrid, abrid, soy yo, abrid!

- ¿Qué pasa?

- ¡Es verdad! ¡Ha resucitado! ¡Lo he visto! ¡Me encargó que os lo dijera!

- ¡Imposible!

- ¡Cierto!

- ¡Calla!

- ¡Corre al sepulcro!

Fue un día muy ajetreado. Una noticia atropellaba la anterior. Se acumulaban los testigos que habían visto al Maestro resucitado, vivo, con las heridas gloriosas de los clavos y la lanzada en el costado. Ha ocurrido lo imposible, ¿Dónde está muerte tu victoria? Tu poder ha sido destruido en Cristo resucitado. Alegre la mañana que nos trae la gran noticia: ¡Aleluya! ¡Ha resucitado y vive entre nosotros!

Que los cofrades preparen y vistan sus hábitos.

Que las imágenes acerquen el misterio a nuestro pueblo.

Que la música manifieste los sentimientos.

Que todas las posibilidades de la cultura y del arte cuente con fidelidad la historia.

Que el silencio contemplativo acompañe las procesiones.

Que se llenen los templos de fe sincera y coherente.

Que a todos los corazones alcance el amor del Señor muerto y resucitado.

Pregón de Semana Santa dicho por su pregonero.


Francisco Rico Bayo